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Angustias de mi pequeña y variable familia.
A pesar de mis pocos años, el 12 de octubre del 2007 cumplí ocho, siento la necesidad de contarles lo que vi y escuché durante ese tiempo. Algunos acontecimientos los entendí, disfruté, sufrí y otros francamente no sé por qué sucedieron.
Antes de nacer, ya tenía un nombre. La tía Carmen, que en ese entonces trabajaba sin que le paguen, en un hogar de chicos desprotegidos, decidió contarles historias sobre personas honorables, sensibles, heroicas y moralmente intachables. Ellos debían democráticamente emitir un voto por alguna de ellas. Así se hizo y así se eligió mi nombre: Tupac Amaru.
Nací y presencié la algarabía de todos los presentes, que merodeaban y cuchicheaban en el patio. A pesar de la alegría, desde el primer momento hubo un chisporroteo, algo así como una división, en dos bandos. Pretendían sobre mi futuro lograr objetivos diferentes. Quedaron en minoría los que aspiraban brindar las mejores oportunidades de acceso a la educación, a pesar de los bajos recursos económicos con que contaban. Estaban dispuestos a hacer los esfuerzos necesarios para salir adelante. Los defensores de esa posición, se hicieron cargo de mi porvenir y ello redujo a pequeño, mi entorno.
Este primer roce hizo que la tía Lidia, que cuando era pobre era rebuena, no nos diera la habitación prometida y permanecí olvidada por unos cuantos meses. Al cabo de los cuales nos consiguió un lugar amplio, luminoso y frío en el primer piso de una planta de reciclado de residuos sólidos, a la que llegaban en sus carritos, personas de pocos recursos a vender lo que habían podido juntar durante la madrugada. A mí me cuidaba Eugenia, que procuraba que estuviera limpia y ordenada. Luego se hizo cargo Maite, que como sabía y le gustaba contar cuentos atrajo a los hijos de los cartoneros y a los chicos del hogar de la tía Lidia. Nos habían regalado una alfombra donde se amontonaban los pequeños a jugar, mirar libritos de cuentos o escuchar canciones infantiles de Pescetti.
Estaba recontenta, me visitaban la tía Carmen y la abuela casi diariamente. Pasó un corto tiempo y crecí muchísimo, de tanta felicidad que tenía. Un día vino un señor con una mala noticia. Debíamos abandonar el espacio que ocupábamos. Otra vez con un pie en la calle. La tía Lidia encontró la solución. Nos llevó a su hogar, porque unos señores italianos habían construido varios ambientes. Nos alojaron en uno pequeño, cerca del patio. Los muebles que habíamos conseguido eran amplios y no se adaptaban, así que tuvieron que donarlos a otros tan necesitados como nosotros. Muchas cosas valiosas sentimentalmente no se pudieron llevar. Al cabo de unos meses nos mudamos a otra habitación un poquito más grandes que tenía salida a la calle. Maite, que era delgadita se vio involucrada en dos mudanzas que la agotaron y por suerte para ella encontró un lugar para perfeccionarse en su profesión, y se marchó. Comenzó a cuidarme Graciela. La tía Carmen necesitaba más horas de cátedra y venía a visitarme más espaciado. Cuando la abuela la llamaba siempre acudía ante algún problema.
El hogar de la tía Lidia crecía a pasos agigantados, de ser pobres tenían ahora todas las comodidades. Un día se hizo una fiesta impresionante y a la abuela casi le da un ataque. Hasta tuvo que consultar a un psiquiatra. Los italianos me cambiaron de nombre con el consentimiento de la tía Lidia y sin que lo supieran las tías Carmen, Fátima, Alba, Victoria ni los tíos Oscar y Alejandro. La abuela apareció a los dos días un poco resignada, otro poco furiosa y la convencieron que todo iba a seguir igual que antes. El hecho de vivir en casa ajena aplacó los ánimos y el afecto de los chicos hizo que cada cual siguiera en lo suyo.
Los chicos del hogar pasaban mucho tiempo en nuestra compañía. A la familia le agradaba sobremanera, pensaban que el “objetivo” se estaba cumpliendo.
Graciela tenía otro empleo y cuando llegaba tenía tanto trabajo que aguantó todo lo que pudo. Conseguir otra persona con las cualidades que pretendía la familia requirió todo un esfuerzo. La elegida fue Marina, que nunca los defraudó. La tía Alba venía muy seguido a pesar de que los estudios en la facultad le llevaban mucho tiempo, y además trabajaba medio día en una oficina. La tía Victoria venía todos los días igual que el tío Alejandro, a dar una miradita y se iban. El tío Oscar, que venía seguido porque se había jubilado, sintió la necesidad de volver a trabajar y cuando lo hizo, desapareció. La tía Fátima corría todo el día así que a veces ni la veía.
La tía Lidia solo aparecía cuando tenía visitas para mostrarme y quedar bien ante sus invitados. Después solo la escuchaba gritar a los chicos o las madres. Su familia le rendía pleitesía y se hacía lo que ella ordenaba. Había muchas mujeres y pocos hombres: el primer marido, el padre, el hermano, la ex pareja, el yerno y el nuevo novio de la tía Lidia, todos juntos, en aparente armonía. Se peleó con los italianos y se hizo amiga de los españoles, que con euros la ayudaban en el hogar.
Las finanzas de mi familia las controlaba la abuela y casi siempre estaba despotricando, porque se gastaba y no había boleta, que faltaban datos en las mismas y ella anotaba todo.
Por suerte, a nosotros no nos faltaba lo imprescindible. Lo más importante de la habitación eran los libros, la alfombra y los almohadones donde se sentaban los chicos, que al principio, ante cualquier descuido volaban por los aires. Se peleaban porque no había para todos. Se escuchaban risas y había que llamarles la atención ante alguna palabra subida de tono. Con el tiempo se fueron adaptando a las normas de convivencia que les sugerían y comenzaron a tratar a los libros con cariño y exigían que les leyeran lo que no entendían. En nuestra habitación vieron por primera vez un libro para pintar, leer, un diccionario, una enciclopedia, una revista infantil y algún juego didáctico de los que había que juntar - todos los días-, las piezas que ellos ocultaban a veces, para considerarse los dueños de ese juego. Cuando empezaron a llevarse libros de cuentos para la casa, muchas veces vinieron manchados de aceite, barro, rayados con birome, con faltante de páginas y se consolaban diciendo que ya aprenderían a cuidarlos. Al poco tiempo les prestábamos, además, manuales y un diccionario para que lleven a la escuela. Las ventanas estaban llenas de papelitos con dibujos y mensajes de afecto para Marina y María José que los atendían, cuidaban y enseñaban para que mejoraran en su rendimiento escolar. En poco tiempo hicieron grandes progresos. El tío Alejandro hablaba con las maestras, sobre todo para que no los discriminen y les den un trato igualitario.
Marina y María José a través de lecturas y cuentos les enseñaron las mínimas nociones de higiene: lavarse las manos, cortarse las uñas, controlar los piojitos y limpiarse las heridas. También organizaron un taller, en las vacaciones de verano, que los tuvieron con la boca abierta al descubrir a través de experiencias sencillas, principios elementales de la ciencia que en la escuela no se toman el trabajo de mostrar.
Hubo muchas fiestas en la que participaban, no solo los chicos de la tía Lidia sino los que traía la tía Alejandra, los chicos del barrio toba que acompañaban a la tía Carmen, los nietos de la Abuela y los del barrio. La primera fue una chocolateada, con cuentos, bailes y kermés, cuando me cuidaba Maite. Después se organizó una suelta de globos, que llevaban mensajes a otros chicos desconocidos y resultó espectacular. Hasta se sacaron muchísimas fotos. Otra, se organizó un desfile de máscaras hechas por los chicos y a los que no pudieron ostentar una, se les decoró la cara con maquillaje para que pudieran lucirse. Me olvidaba, cuando llovía estaban todos amontonados disfrutando de una película infantil animada, que seleccionaba Marina.
Cuando se nace desprotegido e inocente es difícil la existencia, me refiero a mí y a los chicos. La familia quería darles una oportunidad de educación y formación, ya que por ser pobres eran discriminados en la escuela pública. Inútil el esfuerzo. No consiguieron ninguna ayuda de aquellos que de la boca para afuera, se vanaglorian de la asistencia que les brindan. Da la impresión que no desean que sean libres, ciudadanos pensantes. Terminan los chicos y los padres acostumbrándose a que todo se lo regalen. No conocen el valor del esfuerzo para conseguir lo que desean.
La Abuela, que ya tiene unos cuantos años, había leído cuando era chica un proverbio chino que le impactó. Decía, algo así: “No le regales un pescado sino, enséñale a pescar”.
Cuando todo parecía que marchaba bien estalló un conflicto. Parece ser que cuando no había nadie en la habitación, un sábado, entraron y cortaron la conexión de la computadora y avisaron recién el lunes a Marina. Fue un hecho extraño pero que no gustó a la familia; que se reunió para discutir esa invasión a la privacidad y quedaron dudas si no lo hubiesen hecho antes, sin que se dieran cuenta. El martes la llamaron a la abuela para charlar. Parece que el yerno de la tía Lidia, que estaba muy nervioso, le sugirió que consiguiera otro lugar, dándole tiempo para la mudanza. El miércoles, al llegar Marina se encontró con candados y cadenas que le impedían atenderme. ¿Qué hacer?? Intentaron entrar las tías Carmen, Alba y María José. Igual resultado. Cadenas y candados. Yo, secuestrada y aburrida. Sola y sin las risas de los chicos. De la familia de la tía Lidia no había nadie, habían desaparecido.
La familia consultó con un abogado y un escribano verificó lo acontecido.
Conclusión: en menos de una semana nos mudamos, gracias al esfuerzo de las tías María José y Alba que eran las únicas no indeseables para la familia de la tía Lidia. No todas las pertenencias se pudieron recuperar y fui a parar toda apretujada en una pieza olvidada y húmeda de la casa de la abuela. Ya no había risas, solo silencio y amargura. Nadie quería sentirse en la calle. Había urgente que buscar un lugar, aunque no fuera confortable. La familia entera se preocupó de visitar distintos sitios y cuando se reunían descartaban alguno. Pasaron unas Fiestas de Fin de Año con mucha angustia, porque no se habían despedido de los chicos. En una reunión mi pequeña familia decidió cortar relaciones con la tía Lidia, que nos había echado y siempre, de la boca para afuera, nos alababa constantemente.
El encontrar un lugar, en otro barrio, y acondicionarlo les llevó tiempo y a su vez aparecieron inconvenientes que no se pensaban. A la tía Alba le quedaba muy lejos y por sus estudios avisó que nos visitaría a las perdidas. Marina, que me atendía tuvo que dedicarse al cuidado de su pequeña hija y, encontrar otro lugar cerca de su casa, para desarrollar su profesión.
El tío Bautista rasqueteó, emparchó las grietas y pintó las habitaciones del lugar elegido. Igual hay humedad porque estaba deshabitado desde hacía muchísimo tiempo. El tío Gerónimo se dedicó a acondicionar el mobiliario. Nos mudamos en mayo, nuevamente a préstamo. Es seguro que nunca vamos a conseguir ser propietarios, ni creo que sea interés primordial de la familia. La tía María José fue la encargada de tenerme presentable, atractiva y sumamente organizada, hasta que consiguió un empleo mejor remunerado. La tía Victoria esta muy ocupada, así que nos visita los martes y jueves un ratito. La tía Fátima se encarga de solucionar problemas a través del teléfono de su casa. El tío Alejandro tiene que trabajar todo el día y a veces lo obligan a hacer trámites que le impiden cumplir con su ocupación. La abuela es la más persistente y sigue para adelante, complicándose la vida con números y boletas.
A pesar de todo estamos contentos tratando de adaptarnos a esta nueva situación. Cuando uno del entorno se retira aparece otro a ocupar su lugar. No nos sentimos solos y estamos convencidos de que elegimos un barrio que nos necesita como nosotros los necesitamos a ellos.
La familia arrastra problemas administrativos que los tienen de una oficina a otra, por el cambio de domicilio. Es más complicado de lo que parece, y resulta angustiante tener que hacer trámites burocráticos, en oficinas que los tratan como si no fueran un ser humano igual a ellos, que por tener un sello en sus manos se sienten poderosos, sin saber que mi familia esta poniendo mucho esfuerzo por la comunidad que nos rodea, sin solicitar nada a cambio.
Mi nombre ya se los dije. Yo soy muy joven y los padecimientos de los que me rodean, tal vez son iguales a otros con mayor experiencia.
Mi familia es una asociación civil, sin fines de lucro, que se dedica a tratar de revertir una situación de desinformación de los más necesitados.
Deseé para mi cumpleaños 8 que ésta haya sido la última mudanza, para tranquilidad de mi pequeña, querida y sufrida comisión directiva. Durante el año 2008 me visitaron alumnos del Jardín de infantes en varias oportunidades, celebramos el Día del Niño, de las Bibliotecas Populares, los chicos disfrutaron en las vacaciones de invierno del ciclo de cine infantil y de los cuentos y relatos de Margarita, su hermana y y otras contadoras de cuentos; vinieron alumnas del Profesorado de Jardín de Infantes y organizaron una función de títeres justo para el día de mi cumpleaños. Esta vez sí disfruté en paz, con alegría mi noveno cumpleaños, con una enorme torta, con velitas y bengalas, de la cual no quedaron ni las miguitas. Gaseosas y galletitas fueron atacadas por los pequeños que escucharon los relatos de Margarita y jugaron en el salon del club a juegos antiguos, que olvidados resultaron novedad, como la carrera de tres piernas, carrera de equilibrio con una cuchara en la boca con un huevo, el baile de la sillas, etc.que organizaron Analía y Pablito.
Por suerte solo se escucharon risas, carcajadas y canciones. Los chicos se fueron con un regalito y después llegó el silencio. Ahora sé que durará unas pocas horas hasta que nuevamente venga Analía y luego Pablo y se ilumine la biblioteca con la amabilidad y buena atención que les dedican a los usuarios. Es mi deseo cumplir muchos años más en compañía de la familia esperando que se multiplique, y que nunca más tengan que pasar por el psiquiatra toda la comisión directiva.
Abu, seud